sábado, 24 de marzo de 2012

LAS TRES QUINTAS: TCHAIKOVSKY



Y llegamos a la última de mis tres sinfonías favoritas. La quinta de Tchaikovsky

Piotr Illich Tchaikovsky (Votinsk, 1840 – San Petersburgo, 1893) fue un “romántico en el crepúsculo del romanticismo”, en palabras de Javier Alfaya. Pocos compositores han presentado una lucha vital interior tan extrema. Su obra es, en esencia, humana, y refleja su personalidad desigual, compleja, desgarrada pero magnificada por el genio. La autenticidad de su mensaje hace que nos aprieten las entrañas y a veces nos avergonzamos de ello. Por esta razón, la crítica lo ha tachado en ocasiones de excesivo sentimentalismo y de un marcado formalismo germanizante frente al genuino grupo de “los poderosos Cinco” (Balakirev, Borodin, Rimsky-Korsakoff, Cui y Mussorgsky). Stravinsky, en su Poética Musical, hablaba del “nacionalismo eslavófilo” de dicho foco y, por otra parte, del talento romántico, el gusto por los contemporáneos franceses y la absorción de la depurada técnica alemana de Tchaikovsky. No obstante, el líder de la facción cosmopolita o “europea” de la música rusa del momento, fue permeable a la influencia de la “tendencia opuesta” (sobre todo, de Balakirev), del folklore y de las modas musicales (música de danza y de salón). En este sentido, ha sido considerado por expertos como L. Kearney, como un puente entre dos orillas: entre Este y Oeste, nacionalismo y cosmopolitismo, tradición e innovación, ternura y agresividad, incluso entre masculinidad y feminidad.

En la primavera de 1888, tras una de sus giras europeas más importantes, en la que conoció a Brahms y a Grieg y escuchó una sinfonía del joven R. Strauss (que calificó de insincera y antinatural), el compositor decide apartarse del “mundanal ruido”. Se ha apuntado que Tchaikovsky sufría de cierta neurastenia crónica que le impedía disfrutar, e incluso, digerir los festejos y ovaciones que pocos compositores habían conocido en vida. Por ello, se instala en Frolovskoie, en pleno campo, lugar que lo seduce por completo: “Me he enamorado absolutamente de Frolovskoie; esta comarca me parece el cielo en la tierra”. En esta nueva residencia recobra la inspiración y comienza a exprimir una nueva sinfonía de su “cerebro embotado”. Hacia el 30 de mayo, ya estaba metido de lleno en la composición de la 5ª, tarea que combina con la composición de la obertura Hamlet. A principios de Agosto comenzó la orquestación que concluyó en unas tres semanas, con lo que quería demostrar al mundo que “no había muerto”. Ya anunciamos que la correspondencia del compositor es riquísima y, gracias a ella, podemos inferir los cambios continuos en la valoración de su propia obra como reflejo de la personalidad insegura y fluctuante del músico. Así, el 19 de agosto escribía a von Meck: “Ahora que la sinfonía está terminada puedo decir que, a Dios gracias, no es peor que las otras. ¡Esta certeza me es agradable!”. Poco después, las primeras pruebas hacían furor entre sus amigos de Moscú, sobre todo en Taneiev, como se deduce de sus cartas: “Mis amigos están en éxtasis por lo de la sinfonía, pero habrá que ver cómo la reciben el público y el mundo musical de San Petersburgo”.

Como si de un vidente se tratase, no erró en sus pronósticos. La obra fue estrenada en la Sociedad Filarmónica de San Petersburgo, el 5 de Noviembre del mismo año, junto al Concierto nº2 para piano, bajo la dirección del propio Tchaikovsky. La crítica recibió fríamente la sinfonía. Ivánov encontraba la Quinta inferior a la Segunda y la Cuarta, y con reminiscencias de Francesca da Rímini; calificaba de brillante la orquestación, pero no estaba de acuerdo en el uso excesivo del los vientos. Estos comentarios influyeron en la consideración de la partitura por parte de su autor, quien comenzaba a preguntarse si estaba en el comienzo del fin. Dicha conciencia de fracaso le producía gran angustia: “La sinfonía se ha vuelto demasiado florida, grandiosa, insincera y prolija; muy desagradable, en resumen”. Sin embargo, pocos meses después, ocurrió un hecho que devolvió el optimismo a Tchaikovsky. En Marzo de 1889, viaja a Hamburgo para dirigir, entre otras obras, la nº5, que había dedicado a algunos críticos de dicha ciudad. Allí coincidió con Brahms, quien amablemente asistió al primer ensayo. Tras su lectura, la obra fue bien acogida por la orquesta y por el compositor alemán, salvo el último movimiento. El exitoso estreno tuvo lugar el 15 de Marzo y, a partir de esta fecha, la sinfonía volvió a gustar a su autor y comenzó a cautivar al público. En Nueva York, a principios de la década de los noventa, afirmaría: “Parece como si yo fuera diez veces más conocido en Norteamérica que en Europa. Hay algunas piezas mías que siguen sin ser conocidas en Moscú; aquí las tocan varias veces por temporada y escriben artículos enteros sobre ellos. Han tocado la Quinta Sinfonía en los dos años pasados, ¿no es divertido? En los ensayos los intérpretes me brindaron una acogida entusiasta”

La Sinfonía nº5 en mi menor se divide en cuatro movimientos (Adagio-Allegro con anima; Andante cantabile con alcuna licenza; Allegro moderato; Andante maestoso- Allegro vivace) en los que aparece, bajo variadas formas, una idea directriz. Pese a no basarse en un programa detallado, continúa en la línea de la nº4, basada también en el “mal de los tristes”, el Destino. La instrumentación adoptada para llevar a cabo estos propósitos es la usual: tres flautas, resto de maderas a dos, cuatro trompas, dos trompetas, tres trombones, tuba, timbales y cuerda.

En conclusión, esta obra nos asombra por el dinamismo de la escritura orquestal que es llevado al extremo mediante la construcción de zonas de clímax extendidas hasta un punto que roza la histeria. La manipulación de colores tonales oscuros, por otro lado, consigue crear la típica atmósfera de melancolía de las sinfonías tchaikovskianas. Sea como fuere, el final queda abierto, y pide a gritos una interpretación individual y una escucha activa, convirtiéndose la música en “un instrumento de comunicación de los deseos y las esperanzas humanas”. Si durante algún tiempo el arte de Tchaikovsky fue rechazado en nombre de la modernidad, hoy se encuentra plenamente justificado en los senderos posmodernos donde el sentimiento se revaloriza frente a la razón.


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